Por Luisa Valenzuela
Este libro arrasa con la barrera de las imposibilidades. “No se puede escribir poesía después de Auschwitcz” sentenció Adorno. Sin embargo por la senda inaugurada por Paul Celan, Susana Romano nos demuestra lo contrario en un texto en prosa que mucho le debe a la poesía. “¿Quién atestigua sobre el testigo?” preguntó alguna vez Walter Benjamín, y, como Primo Levi, como Semprún, como otros y otras valientes iluminados, Susana Romano –alguna vez víctima y testigo- encontró la voz exacta para poder atestiguar de los horrores, como en un eco.¿De qué manera se logra narrar aquello que está tan al borde de lo inenarrable, lo inefable, lo insoportable, que se ha logrado soportar dejando el cuerpo de lado, como un reflejo apenas de lo que verdaderamente somos? Se lo logra desmembrando, desarticulando. Como los cuerpos sufrientes, este texto responde también a un procedimiento: el de construirse alrededor de la ausencia de artículos determinados, creando así un espacio mercurial que nos involucra a todos. Espacio donde el tiempo se ha roto, donde la pérdida de todas las nociones nos llevan por ejemplo del Día mil treinta y cuatro, catorce horas al Días tres, cero cincuenta, al Día seis y medio: hora de sed y llagas, sin saltear etapas porqué estas son irrenunciables.La memoria está acá, allá estuvieron los otros, los distraídos indiferentes desentendidos del horror.En aquel entonces todo fue destruido salvo la palabra.Anagramizando y desarticulando, la palabra logra decir su verdad para preservar la memoria al reconstruir “Amargos retazo de versos (que) se desgranan trayendo antiguos tiempos sobre mi boca hendida”.Así, con todo coraje, con ternura, con verdadera poesía, Procedimiento pinta un fresco de los años de espanto, vistos desde dentro, con las entrañas. Y se vuelve entrañable.